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viernes, 25 de febrero de 2011

MI EXPERIENCIA MINIMALISTA CON NIÑOS

Hace unas semanas mi hijo pequeño tuvo que hacer una redacción sobre su habitación, y esto fue lo que escribió:

“En mi habitación hay tres camas, un armario, una silla y tres cuadros, dos ventanas y una puerta”. Ahí terminó su redacción, y no por no querer escribir más, sino porque no hay nada más; estoy convencida de que muchos de sus compañeros escribieron muchas más líneas que él, pero ¿realmente necesitan tres niños más cosas en una habitación que sólo es para dormir?

Tengo tres hijos de edades entre nueve y seis años. Y mi intención es ser minimalista (en la medida de mis posibilidades).
Las cosas se complican cuando hay más personas por medio, pero tú (y tu pareja) tienes el mando, así que ...no hay excusas.
En cuanto a la ropa: mis hijos van a una escuela pública, que tiene un uniforme voluntario (es decir, se lo pone quien quiere, no es obligatorio, y por eso son minoría). Así que cada uno tiene un chándal, tres camisetas de chándal, un pantalón de uniforme, dos polos de uniforme, un jersey, tres partes de calcetines blancos y dos azules (del uniforme), un par de zapatillas de deporte y unos zapatos negros.
Para estar en casa, se ponen la ropa que se ha quedado en desuso o está más estropeada, y para salir de paseo, un par de conjuntos cada uno; para dormir tres pijamas, tres batas y zapatillas.
Se acabó, no tienen más ropa, excepto unos parkas para el frío
En cuanto a los juguetes: el día de Reyes cada “Rey Mago” trae tres juguetes a cada uno (yo les digo que al niño Jesús sólo le regalaron tres cosas y que ellos no son más que el Niño Jesús), el resto del año no hay juguetes, y cuando llegan los cumpleaños, sólo regalos de compartir (es decir, el regalo es para quien cumple pero debe compartirlo con los hermanos); en los cumpleaños, no hacemos fiestas con docenas de niños: les hago una tarta casera y la compartimos con la abuela y los tíos (nada de refrescos o golosinas, que sólo comen cunado van a los cumpleaños de otros niños, porque ellos saben, como dice Remi, el protagonista de Ratatouille, la película de Disney, que “hay que comer comida, no basura”).
Solemos compartir con ellos los desayunos (por cuestiones de horarios nos es imposible almorzar juntos entre semana, y la cena la tiene antes que nosotros para que puedan dormir las horas necesarias para su edad), y hablamos mucho sobre nutrición, explicándoles que si los demás en el cole comen “bollicaos” y ellos un bocadillo de chorizo, es porque “¿qué dice Remi?”.
No ven la tele, sólo los viernes, una hora, y si se portan bien (tenemos en la puerta de la nevera un listado por puntos de “si haces esto, ganas puntos y si no, los pierdes, y de premio, o una hora de tele o una película de dibujos el viernes”).
Cuando piden algún juguete o capricho, les explico que si nos gastamos el dinero en esa cosa, no tendremos para comprar, por ejemplo, el jabón de la lavadora, y su ropa se quedará sucia. De momento, lo entienden.
Cuando protestan porque no les gusta la comida (el pescado, por ejemplo), les decimos que eso es lo que hay y que la comida no se puede tirar (y se la comen, aunque tengan que adornarla con ketchup bio).
Y están acostumbrados a hablar de temas como el medio ambiente, la agricultura biológica, el comercio justo (tienen libros de cuentos sobre el tema), a reutilizar las cosas y a aprovecharlas hasta el máximo.
En principio, todas estas medidas las adoptas porque somos familia numerosa, y no queda otra, pero también nos hemos dado cuenta de la facilidad que supone el minimalismo aplicado a niños.
Ellos se lo pasan bien, porque al no estar delante de la tele o de una “maquinita” pueden jugar en el jardín, visitar a la familia, ir de excursión con nosotros; al no tener muchos juguetes, se los inventan y desarrollan mucha creatividad; y para colmo, nuestra decoración minimalista ayuda al mayor en su lucha “anti ácaros”.

martes, 22 de febrero de 2011

PALABRAS VIVAS

   Todos, alguna vez en la vida, sin saberlo, sin ser conscientes, podemos ser portavoces de sabiduría. Incluso aquellas personas a las que clasificamos de "poco aptos" o "poco inteligentes", pueden sorprendernos con palabras y pensamientos afortunados.
   Esto me ha pasado este último fin de semana.
   He oido el sermón de la montaña cientos de veces, y la frase "perdonad a vuestros enemigos, rogad por quienes os persigan", me la sé de memoria.
   Siempre había pensado que para hacer realidad ese pensamiento, había que ser poco menos que santo en vida, porque perdonar, lo que se dice perdonar, a alguien que te la ha jugado...es de héroes.
   Sin embargo, este domingo pasado, el sacedote de mi parroquia, que no suele ser brillante en sus sermones, dio un nuevo sentido a esas palabras con su interpretación.
   Dijo que "perdonar a los enemigos y rogar por ellos", es algo así como un acto de compasión; que debemos entender que si alguien es capaz de hacer daño, es porque sufre mucho en su interior, y que debemos pedir a Dios que todo le vaya bien a esa persona, que encuentre la felicidad que necesita, porque esa será la manera en que deje de hacer daño.
   Y yo, al oir esto, entendí a lo que se refería Jesús cuando decía lo de "rogad por los que os persigan", y pensé que, queriendo o sin querer, el sacerdote estaba haciendo un guiño al budismo. Recordé las palabras del Dalai Lama, sus explicaciones sobre la compasión, y pensé: "todos decimos lo mismo, aunque le pongamos diferente nombre".
   Meditando sobre el sentido de ese perdón, de la compasión hacia el que daña a los demás, recordé también que, según los psicólogos, los traumas son el origen de perturbaciones y conductas peligrosas que llevan a muchas personas a dañarse a sí mismas o a los demás.
   Con nuestros deseos de prosperidad, meditando y enviando amor a quienes sufren la tortura de no ser amados, (y responden a ese dolor haciendo sufrir a otros), quizá no consigamos que esas personas cambien, porque ese no es el propósito final (no pretendamos que sean tan "buenos" como nosotros, los que nos creemos "perfectos"), pero sí cambiaremos nosotros y nuestras percepciones sobre la vida.
   Es duro perdonar sobre todo a personas que nos han causado un daño irreparable, pero en ese entrenamiento del corazón y la mente, ganamos más liberándonos del rencor que almacenándolo en el trastero del recuerdo.
   Liberándonos del dolor del odio, aprendemos a perdonar y a perdonarnos, a querer y a querernos, y así, libres de traumas, nos aseguramos de no convertirnos en aquello que hemos aborrecido y no caeremos en la trampa de hacer el daño que hemos sufrido primero.

martes, 15 de febrero de 2011

MINIMALISMO: OPCIÓN DE VIDA

   En diferentes foros, blogs, páginas web y libros, se habla a menudo del minimalismo, corriente o filosofía derivada del movimiento arquitectónico y decorativo homónimo, que busca la simplicidad y que emula, en gran parte, la tradición japonesa y su visión de la vida.
   En alguna parte leí hace tiempo (creo recordar que en el libro "El arte de simplificar la vida", de Dominique Loreau), que los japoneses acumulaban tradicionalmente sólo aquello que podían transportar en pequeños atados, al ser un pueblo flagelado por continuas guerras internas y que debía marcharse cada dos por tres de un poblado para crear otro nuevo de la nada, hasta que el ciclo volvía a repetirse.
   De esa historia surge su manera de entender la vida: la frugalidad viene de la necesidad; cada objeto debe ser ante todo útil, pero el carácter humano, además, añade la necesidad de belleza para sobrellevar la fealdad de la vida, con lo que esos objetos útiles deben ser bellos para cumplir dos funciones vitales en una sola.
   Hoy en día, los minimalistas, grupo cada vez mayor en número, compiten por tener menos cosas, lo que está bien (cuanto menos poseamos, más posibilidades hay de que los otros también posean algo); pero no sé si en esa lucha por la superación tienen en cuenta el componente "belleza" o sólo se trata de llegar al número mágico (100, 50, 30...) que prueba su ascetismo extremo.
   ¿Se fabrican hoy en día artefactos y útiles bellos?¿Lo bello es necesariamente supérfluo?
   En la sociedad occidental parece que lo hermoso está reñido con lo útil, parece que, si algo es útil, debe ser terriblemente feo y que, si es bonito, es una fruslería.
   Los zapatos más bonitos son una pura tortura para los pies; los más cómodos parecen tanques de guerra. Los forros polares (sin duda, lo más apropiado para el frío), son antiestéticos y los jerseis finos tan elegantes te dejan prácticamente a la intemperie.
   Muchas veces esa es la razón por la que algunas personas abominan del minimalismo: necesitamos la belleza tanto como la utilidad, no podemos vivir en medio de objetos inútiles pero tampoco con cosas "incómodas de ver" a nuestro alrededor.
   Falta en la sociedad occidental, el espíritu nipón que une belleza y utilidad, nuestra mentalidad, decididamente, es  compartimentada y matemática, y al igual que catalogamos la sensibilidad como exclusivo de las mujeres ("los hombres no lloran"), creemos que lo útil debe ser práctico y no "plástico".
   De hecho, en nuestra sociedad, cuanto menos útil es un artefacto, más bonito lo hacen parecer (las películas con mucho marketing tienen, normalmente, un guión de pena, y al contrario).
   La belleza, lo hermoso, es siempre algo simple que nos cautiva, como por ejemplo las tres pequeñas margaritas puestas en un vaso de agua, que una compañera de trabajo colocó ayer en la enorme mesa dispuesta en el pasillo: sólo esas tres, en medio de la mesa, atrayendo las miradas por su simplicidad y dibujando sonrisas de paz entre los compañeros:¿inútiles? No tanto, si logra hacernos la mañana más llevadera.

sábado, 12 de febrero de 2011

TENER O NO TENER

   Leyendo en el blog del pequeño maestro Chocobuda (de quien me confieso admiradora), encontré un post relacionado con la posesión de menos de cien objetos de carácter o uso personal; me puse a pensar: tener sólo cien objetos...bastante difícil para mi, porque...soy mujer.
   Si, soy una mujer y queramos o no, necesitamos más objetos de uso personal que los hombres, entre otras cosas porque no queremos parecer hombres, sino lo que somos (mujeres), que, aún librándonos de la presión consumista y pasando un kilo de las imposiciones estéticas, necesitamos algunas cositas de uso exclusivo femenino, no sé si me explico, sin las que no podemos pasar.
   Pero luego me asaltó otra duda: soy una lectora compulsiva (una también tiene sus pecados, oiga), que compra libros para devorarlos, digo, leerlos, y que durante años acumuló cientos de ellos por el puro placer de pasar la mano sobre sus lomos y decir, "sí, yo te conozco"...hasta que llegaron mis hijos (benditos ellos que me abrieron los ojos y la vida hacia nuevos horizontes) y la alergia a los ácaros del mayor, y tuve que, primero con dolor, luego con alegría, deshacerme de muchos de esos libros, donándolos a la biblioteca de mi pueblo o a rastrillos benéficos.
   Pero el pequeño maestro Chocobuda (pequeño por su humildad y maestro por ser transmisor de la filosofía sobre la que asienta su vida), dice aún más: un solo libro puedes leer de cada vez, así que sólo un libro deberías tener.
   Y yo miro con pena mi pequeña biblioteca y digo:"¿qué libro escoger?¿cómo desprenderme de todo esto sin que mi familia crea que la "loca" se ha vuelto todavía más majareta?"
   Entonces viene a encendérseme el bombillo de bajo consumo que tengo en mi cabeza y entiendo: tener no es poseer, se pueden tener cientos de cosas que no te posean, de las que no te sientas dueña, porque sólo las usas, pero no las salvarías de un incendio si tu casa empezara a arder en llamas.
   Es al otorgar alma a las cosas (como Calvin, que le da vida a Hobbes cuando sus padres no lo ven, en el Comic que lleva sus nombres), cuando le entregamos nuestra alma a esas cosas, convirtiéndonos en sus esclavos, colocándolas en el altar de nuestras vidas.
   El hecho de que yo compre un libro, no significa que me pertenezca: el libro es de su autor, que ha querido compartir con nosotros su creación.
   En este sentido, sí es posible tener menos de cien cosas, porque tener es usar lo que tenemos a nuestro alrededor, como quien tiene una calle por la que pasear o un parque al que ir con sus hijos; pero poseer, es creernos dueños de algo a lo que otorgamos la importancia que no tiene.
   Tengamos muchas cosas, mejor cosas inmateriales, como sonrisas, amigos o colecciones de besos; pero no poseamos nada para que nada nos posea.
   Como colofón a esta perorata de hoy, muchas gracias amigo Chocobuda, encantada de leerte.

jueves, 10 de febrero de 2011

LO ESENCIAL NO TIENE PRECIO (Y PARA TODO LO DEMÁS, NO USES LA MASTERCARD)

   "Pues el hombre es rico según el número de cosas de que puede prescindir" (Henry David Thoreau)
  "Porque no es más quien más tiene, sino quien menos necesita" (Epicteto)
   "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Un tal Jesús)

     En resumidas cuentas, he utilizado frases encontradas en el blog de Valedeoro y otra archiconocida, para ilustrar y dar un poco más de brillo a mis pobres palabras.
    Pero la intención es la misma, con adornos o sin ellos: "felices aquellos que no acumulan cosas intentando llenar su vacío espiritual, porque ellos alcanzan el cielo en la tierra, o al menos, lo más parecido a la felicidad".
    Desde pequeña me hicieron creer que esa Bienaventuranza se refería a la pobreza material; ser pobre era sinónimo de ser santo, y yo pensaba entonces que los "pobres ricos" no podían ir al cielo.
    Menos mal que un poco de estudio teológico me hizo ver que esa pobreza de la que habla mi amigo Jesús no tiene mucho que ver, al menos en principio, con una exigua cuenta corriente.
    Esa pobreza es voluntaria y atañe no sólo a los aspectos materiales, sino también espirituales; es decir, ser pobre de espíritu, tener espíritu de pobre, es reconocer nuestra pequeñez, saber que somos sólo "pobres seres humanos", no tener pretensiones de dioses ni sabios ni reyes de nada, y vivir conforme a ese pensamiento, sin acumular riquezas (o miserias, según se mire), siendo conscientes de la prevalencia del ser por encima del poseer.
    Felices, como dijeron Thoreau y Epicteto, los que pueden desprenderse de lo superfluo, sea material o espiritual, y dedicarse a lo esencial, a lo sencillo, a disfrutar de lo simple.
   Felices los minimalistas que desisten de la vorágine consumista y deciden ser libres, pequeños y humildes.
    Como parte práctica, y para que todo no quede en pura palabrería, conste en acta que estoy participando en el Proyecto 333, que no, no es un nuevo intento de enviar a los humanos a Marte, sino simplemente, una propuesta minimalista para sobrevivir del 9 de enero al 9 de marzo, con 33 artículos de vestir (incluidas joyas, zapatos, bolsos, abrigos, etc., y excluyendo sólo la ropa de casa, el chándal y el pijama).
    Para más información, internet...para todo lo demás, más amor y menos mastercard.

sábado, 5 de febrero de 2011

UN PLÁTANO=300 CALORÍAS

     Hace unos días, por casualidad (yo no veo la tele, es decir, no me siento religiosamente a tragar basura, digo, televisión), vi un trocito de una película bastante cruda y realista sobre la hambruna que asoló Etiopía no hace muchos años (no sé el título, pero la protagonizaba Angelina Jolie).
    En ese fragmento, uno de los protagonistas decía que un plátano son 300 calorías, muchas más de las que ingería uno de aquellos miles de niños que moría a diario en ese país.
     Y me puse a pensar: en esta sociedad, nosotros midiendo con pánico cada caloría de más para no engordar, y la mayor parte del mundo deseando contar alguna caloría para poder comer.
    Un simple plátano, que a veces tomo de postre tras el almuerzo, lo que otros no comerán en una semana...
    Si fuéramos más conscientes de lo que tenemos, seríamos agradecidos, menos avariciosos y más comedidos y frugales.
    Me cuesta, porque soy de buen comer, pero me he propuesto volverme más frugal en las comidas, al igual que lo estoy siendo en otras facetas de mi vida, porque, aunque sólo sea de manera simbólica, creo que si reduzco mis necesidades, otros podrán cubrir las suyas algo mejor.
    Entre el despilfarro de la sociedad occidental y la miseria de los desheredados de la tierra, debemos encontrar un punto de equilibrio en el que todos vivamos sencillamente para que todos sencillamente, podamos vivir, como dijo el sabio (Gandhi, si no me equivoco.)