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martes, 29 de noviembre de 2011

DULCE NAVIDAD

¿Qué es la Navidad para ti? ¿Sigue teniendo el mismo significado que hace años? ¿Cuánto tiempo hace que no reflexionas sobre ello?
Pensar en la Navidad trae recuerdos, unos dulces, otros amargos, sobre todo de la infancia, época de nuestras vidas en la que éramos (se supone) inocentes y creíamos (firmemente) en los Reyes Magos.
Eran otros tiempos, menos consumistas o con menores opciones, y nos conformábamos con poco. Tal vez era que no había tantos canales de televisión, que lo de los catálogos de juguetes no sabíamos ni lo que era o que Papá Noel era un desconocido que hablaba inglés y por eso no le entendíamos.
En aquellos tiempos pedíamos una muñeca, no “la” muñeca de determinada marca (aunque ya comenzaban a sonar algunas), hoy en día piden la marca y les da igual qué juguete sea...cosas de la vida.
¿Qué recuerdos te trae la palabra “navidad”? Estos son los que me trae a mí:
Un olor: el de los adornos del árbol, guardados en la misma caja de cartón de siempre...años después averigüé que era perfume de magnolias, pero hasta hace poco, para mi ese era el olor de la navidad.
Un sabor (unido a un recuerdo): el turrón de chocolate con almendras, del que me comí una tableta entera con mi amiga Bettina después de la representación del Belén viviente en la Parroquia, en la que salí vestida de angelito de pelo negro, con ella, que era el angelito de pelo rubio (guardo la fotografía de aquél Belén con mucho cariño).
Un sonido: “las Divinas” cantando debajo del balcón de mi casa, cuando todavía eran unas desconocidas, a las que la gente identificaba como “las de Pacovi”.
Para los que no lo saben, que son la mayoría, en mi isla la tradición manda que después del 13 de diciembre, día de Santa Lucía, los grupos de Divinos, es decir, músicos que cantan villancicos por las calles de madrugada, lo hagan hasta el día 23 del mismo mes; la tradición privó siempre a las mujeres de este privilegio, hasta que un grupo de “locas” se saltó a la torera esa norma no escrita: eran las hijas, sobrinas, primas y demás mujeres de la familia de Pacovi, músico popular muy querido de esta isla; comenzaron un puñado de ellas: hoy en día somos más de treinta componentes y cumplimos 25 años las próximas navidades. Me honra y es uno de los mayores motivos de orgullo para mi, formar parte de “las Divinas”.
Un recuerdo entrañable: los ensayos de las obritas de Navidad en la Parroquia (aquellos años de juventud e ilusión).
Un momento dulce: el fin de año en el que comenzó algo hermoso, la relación con el que todavía hoy es mi marido.
Una canción: muchos villancicos que me ponen “los pelos de punta”, aunque mi favorito sigue siendo “Triste Navidad”: recuerdo a Pedro llorando en la misa del Gallo cada vez que cantaban las chicas del coro ese estribillo que dice “qué triste es andar en la vida por sendas perdidas lejos del hogar”, mientras recordaba a su familia, que estaba a muchos kilómetros y millas marinas de él.
Un recuerdo agridulce: el año que repartí las cajas de navidad para las familias necesitadas ayudando a las chicas de Servicios Sociales del Ayuntamiento. Querías llevar un poco de felicidad, pero sabías que detrás de aquellas puertas había mucha tristeza.
Un regalo perfecto: el año en que mi marido me regaló una tarjeta de Intermon en la que me decía que había comprado una cabra y unos pollitos a mi nombre para donarlos a un proyecto en África.
Una cena de Navidad: el año en que mis hijos se empeñaron en que querían huevos fritos para Nochebuena, y los hicimos: la cara de felicidad que pusieron mereció la pena.
Un momento para recordar: el año en que conocí a mi cuñado el pequeño (que tenía entonces once años) y en medio de la cabalgata de Reyes (en la que yo participaba en la organización), me acerqué a él (que todavía no sabía quién era yo) y le dije “¿tú eres el niño que dice que los Reyes Magos nunca le tiran caramelos? Pues toma, de parte de los Reyes” y le dejé un buen puñado. La cara que puso fue indescriptible, me hizo sentir extremadamente bien.
Una tradición familiar: hacer adornos de Navidad con mis hijos para adornar la casa y el árbol. Nada de lo que compres será tan bonito.
Un cuento: siempre, siempre, mi favorito "La cerillera"
Una manía “made in nosotros”: comer gominotas en vez de uvas en fin de año.
Una anécdota del día de Reyes: mi hijo mayor, entonces con tres años, que llega a la cama y nos dice “mami, hay un tigre en el salón...” hablando bajito para que el “tigre” no se “despertara” (era un enorme peluche-asiento en forma de tigre).
Una anécdota de Navidad: mi hijo mayor, con dos añitos, que ve el pelele del hermano, con un muñeco de nieve dibujado y señalándolo, dice “mira, un pollito de mieje”. A partir de ahí, en mi casa, se llaman “pollitos de mieje” a los muñecos de nieve.
Y podría seguir, con muchas más cosas que hacen para mi entrañables estas fechas...¿alguna de esas cosas cuesta dinero, o al menos, mucho dinero? La mayoría son gratis y otras no tienen precio, no pueden comprarse en el Corte Inglés y empaquetarse con lazos de colores, porque...¿dónde encontrarás “pollitos de mieje” en oferta o turrón de chocolate con sabor a belén viviente con tu amiga de la infancia?

martes, 22 de noviembre de 2011

GRACIAS

   Necesito dar las gracias a todos los que me animan a seguir con este blog: a mi única seguidora (de momento), a Valedeoro por nombrarme en su blog (recomendadísimo) y a esta nueva ciberamiga que ha comentado mis post, "dintredelcor": son ustedes pequeñas luciérnagas en medio de la noche, que animan la oscuridad y la llenan de belleza.
   Por ello, y porque sin dar las gracias no somos personas dignas de recibir nada, de mil amores, mil gracias.

¿QUÉ CAMBIA CUANDO TÚ CAMBIAS?

Al hilo de un post de elblogalternativo.com con el mismo título, nace esta reflexión: ¿qué cambia en tu vida y a tu alrededor, cuando tú cambias, cuando dejas de seguir el camino trillado del rebaño y buscas tu nueva senda?
En ti ya sabemos lo que ocurre: estás en una “noche oscura del alma”, en la que sientes la sed de buscar aun sin saber qué buscas; sabes que debes cambiar, que tu vida no debe seguir los mismos derroteros o volverás a tener los mismos resultados; sabes que la vida que has llevado hasta ahora ya no te llena, ya no te sirve, no eres feliz; y vislumbras al final del largo túnel, algo que parece una llamita que te guía hacia esa luz tenue pero visible.
Pero, ¿y en los que te rodean?
Quizá cuando llegues a la lucecita, se “iluminen” y disfruten de esa claridad mental y espiritual que has encontrado; quizá les transmitas esa paz que buscas, o ese camino hacia la paz que has encontrado y en el que estás dando tus primeros y titubeantes pasos; quizá te manden a freír chuchangas (o espárragos, depende de los gustos de cada cual) y se burlen de tus nuevas “manías” creyendo que ya se te pasará o que será una nueva moda hasta que llegue la siguiente...
Sin embargo, mientras llegas a esa luz hay momentos de mucha oscuridad, de furia, de rabia, de frustración, en los que conoces a la diosa oscura que habita también dentro de ti y te da miedo. Pero no puedes hacer otra cosa más que atravesar este bosque oscuro habitado por extrañas criaturas que pueden hacerte mucho daño o mucho bien; debes sufrir esa transformación que se da sólo en el camino en solitario, pero no puedes quedarte ahí, en la búsqueda insaciable; debes seguir caminando, haciendo tu vida como si tal cosa mientras en tu interior se libra una batalla mortal entre tu pasado y tu futuro, dos fuerzas, a cual más grande, en medio de ti, desgarrando tus cimientos y tus esperanzas (¿quién ganará?).
Y mientras tú te debates entre opciones trasnochadas e ideas novedosas, mientras te redescubres o te reinventas, porque buscas lo que no tienes, sabiendo que de eso nuevo que surge, renacerás fortalecida y feliz, los que tienes a tu alrededor sufren tus vaivenes, malinterpretan tus desasosiegos, escuchan tus gritos preguntándose por qué te enfureces por cosas tan nimias (para ellos) o te repiten eso tan fácil de decir que es “cálmate” o “relájate” mientras tú te atacas de los nervios todavía más y piensas “pero ¿por qué no me entienden si es tan fácil?”.
Si, mientras buscas pasas por una etapa muy confusa que te altera y te transforma, vives como en un terremoto, aunque debas seguir como si tal cosa con tu vida habitual: haces la compra, mientras piensas en la ropa que tienes que planchar y en cuándo sacarás tiempo para subir el vuelto del pantalón de tu hijo; limpias los baños mientras mentalmente haces el menú para la semana y al tiempo contestas a las preguntas de la tarea de matemáticas de tu otro hijo, suspirando por unos minutos para ti y un par de asanas de yoga que te vendrían de perlas; llegas a la noche más muerta que viva, pidiendo clemencia y sintiéndote culpable por no haber tenido tiempo para comprar la fruta para la merienda de tus hijos o las pastillas de la perra...y en medio de todo esto, esa marea de fondo en la que te debates intentando, no ya volver a tener el “control” de tu propia vida, sino encontrar “tu nueva propia vida”.
La insatisfacción te empuja hacia delante, sabiendo que atrás no ha quedado nada digno de mención, más que un montón de errores de los que aprender; buscas como los perros, olisqueando porque sabes que ahí delante hay algo (no sabes qué, pero algo hay, seguro). Tu instinto te lleva más allá, a donde no has llegado nunca y no has querido entrar por miedo.
Necesitas palabras de consuelo y sólo encuentras silencio, necesitas ayuda y cada vez estás más sola para todo, necesitas reírte y sólo encuentras enfados, necesitas tiempo y es lo único que no tienes...
¡Qué bonitas esas revistas cargadas de buenas intenciones en las que te dicen que debes encontrar tiempo para ti, levantarte más temprano para practicar yoga o correr, desayunar con calma o tomarte una taza de esa maravillosa infusión al atardecer para “conectar” contigo misma! ¿y para quién están hechas? ¿para gente que tiene quien se lo haga todo y se aburren? Dudo que estén hechas para quienes nos levantamos a las seis y veinte de la mañana para llegar a tiempo a trabajar, quienes almorzamos a las cuatro de la tarde y nos dan las nueve sin parar de limpiar, de cumplir con nuestras citas o las de nuestros hijos o de hacer tareas escolares con ellos; dudo que las personas que llegamos al lunes más cansadas de lo que llegamos al viernes podamos permitirnos el lujo de tomarnos en serio todos esos consejos.
Aparentemente, esas revistas nos dan esas pautas para nuestra felicidad, pero sinceramente creo que lo hacen para nuestra tortura: no, no está la paz en esos consejos, por muy “pacíficos” que parezcan; la paz está en el equilibrio entre acción y calma, no podemos abandonar nuestra vida terrena mientras buscamos la divina, y mortificarnos pensando que deberíamos estar haciendo yoga en vez de la cena de los niños no beneficia a nadie.
Por eso digo que en el camino del cambio y de la evolución hacia una vida mejor, debemos ser conscientes de que para que llegue la calma debe pasar la tormenta, de que no hay noche sin día ni gritos sin silencio.
Después de este túnel, de este callejón oscuro, surgirá una salida, una oportunidad, pero no será dejando de lado la realidad prosaica y las facturas pendientes, sino a pesar de todo eso que no nos deja vivir.