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lunes, 21 de mayo de 2012

HAZ DE TU CASA UN ASHRAM

              Para el que no lo sepa, según ese pozo de sabiduría net que es la wikipedia, un ashram es “un lugar de meditación y enseñanza hinduista, tanto religiosa como cultural, en el que los alumnos conviven bajo el mismo techo que sus maestros”; además dice que “la vida en los āśram es sencilla y tranquila para facilitar así el estudio de los textos védicos y la meditación. La actividad diaria se rige por una serie de horarios fijos que marcan cada una de las actividades del día. Una parte de las tareas cotidianas se dedican al mantenimiento del propio āśram.”
En otra página de la nube dice “es usual que los ashrams sean lugares muy artísticos y hermosos, que hacen de ellos lugares muy atractivos para muchas personas, donde encuentran momentos de paz y de conexión con el mundo y su naturaleza, ya que además de la devoción a Dios, en los ashrams se promueve el amor espiritual hacia todos los seres, incluyendo las plantas y los animales, quienes merecen un tremendo respeto por la comunidad”.

Y ahora me dirán “esta tía se ha vuelto más rarita de lo que ya era”. Y es posible, pero voy a exponer una idea que me ronda por la cabeza desde hace tiempo.

La vida diaria es, queramos o no, muy estresante. Cuando crees que tienes todo bajo control, un sinvergüenza te machaca el coche y se da a la fuga, tu hijo se enferma de escarlatina o Hacienda te requiere, por tercera vez consecutiva, un documento que ya has entregado.

En el trabajo puede que estés soportando malos humores o que estés de un humor de perros rabiosos porque no tienes trabajo.

Y cuando llegas a casa ¿qué quieres encontrar?¿qué agradeces más?

A eso me refiero cuando hablo de convertir tu casa en un Ashram: no la convertirás en un monasterio hinduista, pero si en un lugar de paz y sosiego, en el que resguardarse del mundo.

Para ello, como en un Ashram, debes tener pocas posesiones y el ambiente debe ser despejado y austero, pero sin embargo hermoso. Ordena tus tareas domésticas para hacerlas con alegría, cocina tu propia comida, por humilde que sea, agradeciendo a la naturaleza sus dones, porque rodearte de orden te ordena las ideas, rodearte de belleza te alegra el corazón y agradecer tu convierte en una mejor persona.

Así que te propongo que, cuando entres en tu casa, sea como sea ésta, piensa que entras en un templo: sacraliza tus metros cuadrados bajo techo, descálzate al entrar o al menos quítate los zapatos y quédate con los calcetines (además ayudarás a mantener más limpio el suelo).

Cámbiate de ropa (ponte tu “hábito” para diferenciar entre lo de fuera y tu “templo”), ponte cómodo/a, pon música suave y quizá, si te gusta, puedes hacerte un té y encender una barita de incienso, por ejemplo ( o lo que consideres mejor).

Como dice el viejo proverbio, con las monedas que te queden para comprar dos panes, cómprate uno y con el resto, cómprate una flor: alimenta tu cuerpo tanto como tu espíritu, de manera que exista equilibrio en tu vida (material y espiritual).

Haciendo esto, revistiendo de espiritualidad tu mundo hogareño, no sólo serás más feliz allí (y los que comparten tu espacio también), sino que esa paz te ayudará a combatir y soportar los reveses de la vida “extramuros” (es decir, fuera de tu particular “convento”).

viernes, 11 de mayo de 2012

MALAS PULGAS

       Este post no va de perros ni de gatos, va de pulgas. De malas pulgas, de esas pulgas que les han picado a algunas, por no decir muchas personas a mi alrededor.
   De acuerdo, estamos en una recesión económica brutal, hay demasiada gente pasando hambre, miseria y penurias, ya hemos llegado a casi un 25% de paro y no vemos la luz al final del tunel ni "jartos de grifa", como se dice por aquí.
   Tenemos derecho a estar hasta donde no se nombra (ver post anterior, sin ir más lejos), y la indignación puede y debe ser mayúscula...todo eso es cierto, pero ¿la culpa la tiene tu vecino?¿tu pareja?¿tus hijos?¿tus compañeros de trabajo (si aún tienes trabajo)?
   Definitivamente, no.
   Reconozco que la culpa de que te inscribas en el paro (la mayor empresa de este país), puede tenerla, de manera directa, tu jefe (es quien te despide), pero no creo que cerrar la empresa o despedir a la mitad de la gente que le ha ayudado a levantarla sea la mayor aspiración de tu jefe (independientemente de que sea un... y mucho más).
   Tendemos a no ver más allá, quizá por miedo o por saber que ir hacia la raíz del problema supone una valentía que muy pocos tienen: la culpa de esta crisis no la tiene tu jefe, ni tu vecino, ni los funcionarios, ni la policía (que también son funcionarios), ni los políticos ¿?, ni los bancos ¡¿?!... Sí, has leído bien, ni siquiera esos: la culpa es... ¡NUESTRA!, es decir, de todos, de todos los que nunca nos hemos parado a pensar en el poder que tenemos si nos unimos; de todos los que hemos vivido hasta ahora egoístamente, mirando para otro lado cuando los problemas eran ajenos; de todos los que nos hemos apoltronado delante de la televisión para tragar lo que nos pongan y creernos todo lo que nos dicen; de todos los que hemos soportado que nos manipulen y aunque en el fondo lo sabíamos, nos hemos hecho los tontos creyendo que en realidad estábamos muy enterados de lo que se cuece en el mundo; de todos los que hemos derrochado los recursos y hemos entrado a saco y sin anestesia, en el consumismo feroz sin cuestionarnos si eso tan barato tenía que pagarse algún día.
   Desde luego, la culpa de la crisis no la tienen aquellos que nunca han tenido nada, que se han dedicado a subsistir como han podido, que han contribuido a mejorar la calidad de vida de sus semejantes y a vivir sencillamente, pero son éstos los que más amargamente están pagando el precio: los jubilados, sin ir más lejos, son ejemplo de ello.
   Pero es más fácil descargar la furia, la rabia contenida y la impotencia en los niños o las parejas(el aumento de la violencia doméstica es un dato evidente); en los compañeros de trabajo (y sobre todo en aquellos jerárquicamente inferiores) y en los ancianos.
   Ya está bien de violencia: admitamos, por más que nos duela, que nuestro comportamiento autoindulgente ha sido el que nos ha llevado a estar así, y que tratando a nuestros semejantes como a cosas no solucionaremos el problema.
   Sólo cuando admitamos que juntos podemos, que olvidandonos de nosotros mismos lograremos revasar esta noche oscura, que la unión hace la fuerza y que el despertar de nuestras conciencias será el catalizador que nos impulse a vivir de otra manera, más lógica y humana, sólo así y sólo entonces, saldremos adelante.
  La humanidad ha olvidado una lección que tenía bien aprendida hace miles de años: somos los seres más débiles e indefensos de la naturaleza, sólo aunando esfuerzos y colaborando entre nosotros hemos llegado a ser lo que somos.
   Volvamos a aprender esta lección y no la olvidemos más.