Para el que no lo sepa, según ese pozo
de sabiduría net que es la wikipedia, un ashram es “un lugar de meditación
y enseñanza hinduista, tanto religiosa como cultural, en el que los alumnos
conviven bajo el mismo techo que sus maestros”; además dice que “la vida en los
āśram es sencilla y tranquila para facilitar así el estudio de los
textos védicos y la meditación.
La actividad diaria se rige por una serie de horarios fijos que marcan cada una
de las actividades del día. Una parte de las tareas cotidianas se dedican al
mantenimiento del propio āśram.”
En otra página de la nube dice “es usual que los
ashrams sean lugares muy artísticos y hermosos, que hacen de ellos lugares muy
atractivos para muchas personas, donde encuentran momentos de paz y de conexión
con el mundo y su naturaleza, ya que además de la devoción a Dios, en los
ashrams se promueve el amor espiritual hacia todos los seres, incluyendo las
plantas y los animales, quienes merecen un tremendo respeto por la comunidad”.
Y ahora me dirán “esta tía se ha vuelto más rarita
de lo que ya era”. Y es posible, pero voy a exponer una idea que me ronda por
la cabeza desde hace tiempo.
La vida diaria es, queramos o no, muy estresante.
Cuando crees que tienes todo bajo control, un sinvergüenza te machaca el coche
y se da a la fuga, tu hijo se enferma de escarlatina o Hacienda te requiere, por
tercera vez consecutiva, un documento que ya has entregado.
En el trabajo puede que estés soportando malos
humores o que estés de un humor de perros rabiosos porque no tienes trabajo.
Y cuando llegas a casa ¿qué quieres encontrar?¿qué
agradeces más?
A eso me refiero cuando hablo de convertir tu casa
en un Ashram: no la convertirás en un monasterio hinduista, pero si en un lugar
de paz y sosiego, en el que resguardarse del mundo.
Para ello, como en un Ashram, debes tener pocas
posesiones y el ambiente debe ser despejado y austero, pero sin embargo hermoso.
Ordena tus tareas domésticas para hacerlas con alegría, cocina tu propia
comida, por humilde que sea, agradeciendo a la naturaleza sus dones, porque rodearte
de orden te ordena las ideas, rodearte de belleza te alegra el corazón y
agradecer tu convierte en una mejor persona.
Así que te propongo que, cuando entres en tu casa,
sea como sea ésta, piensa que entras en un templo: sacraliza tus metros
cuadrados bajo techo, descálzate al entrar o al menos quítate los zapatos y
quédate con los calcetines (además ayudarás a mantener más limpio el suelo).
Cámbiate de ropa (ponte tu “hábito” para
diferenciar entre lo de fuera y tu “templo”), ponte cómodo/a, pon música suave
y quizá, si te gusta, puedes hacerte un té y encender una barita de incienso,
por ejemplo ( o lo que consideres mejor).
Como dice el viejo proverbio, con las monedas que
te queden para comprar dos panes, cómprate uno y con el resto, cómprate una
flor: alimenta tu cuerpo tanto como tu espíritu, de manera que exista
equilibrio en tu vida (material y espiritual).
Haciendo esto, revistiendo de espiritualidad tu
mundo hogareño, no sólo serás más feliz allí (y los que comparten tu espacio
también), sino que esa paz te ayudará a combatir y soportar los reveses de la
vida “extramuros” (es decir, fuera de tu particular “convento”).