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viernes, 11 de mayo de 2012

MALAS PULGAS

       Este post no va de perros ni de gatos, va de pulgas. De malas pulgas, de esas pulgas que les han picado a algunas, por no decir muchas personas a mi alrededor.
   De acuerdo, estamos en una recesión económica brutal, hay demasiada gente pasando hambre, miseria y penurias, ya hemos llegado a casi un 25% de paro y no vemos la luz al final del tunel ni "jartos de grifa", como se dice por aquí.
   Tenemos derecho a estar hasta donde no se nombra (ver post anterior, sin ir más lejos), y la indignación puede y debe ser mayúscula...todo eso es cierto, pero ¿la culpa la tiene tu vecino?¿tu pareja?¿tus hijos?¿tus compañeros de trabajo (si aún tienes trabajo)?
   Definitivamente, no.
   Reconozco que la culpa de que te inscribas en el paro (la mayor empresa de este país), puede tenerla, de manera directa, tu jefe (es quien te despide), pero no creo que cerrar la empresa o despedir a la mitad de la gente que le ha ayudado a levantarla sea la mayor aspiración de tu jefe (independientemente de que sea un... y mucho más).
   Tendemos a no ver más allá, quizá por miedo o por saber que ir hacia la raíz del problema supone una valentía que muy pocos tienen: la culpa de esta crisis no la tiene tu jefe, ni tu vecino, ni los funcionarios, ni la policía (que también son funcionarios), ni los políticos ¿?, ni los bancos ¡¿?!... Sí, has leído bien, ni siquiera esos: la culpa es... ¡NUESTRA!, es decir, de todos, de todos los que nunca nos hemos parado a pensar en el poder que tenemos si nos unimos; de todos los que hemos vivido hasta ahora egoístamente, mirando para otro lado cuando los problemas eran ajenos; de todos los que nos hemos apoltronado delante de la televisión para tragar lo que nos pongan y creernos todo lo que nos dicen; de todos los que hemos soportado que nos manipulen y aunque en el fondo lo sabíamos, nos hemos hecho los tontos creyendo que en realidad estábamos muy enterados de lo que se cuece en el mundo; de todos los que hemos derrochado los recursos y hemos entrado a saco y sin anestesia, en el consumismo feroz sin cuestionarnos si eso tan barato tenía que pagarse algún día.
   Desde luego, la culpa de la crisis no la tienen aquellos que nunca han tenido nada, que se han dedicado a subsistir como han podido, que han contribuido a mejorar la calidad de vida de sus semejantes y a vivir sencillamente, pero son éstos los que más amargamente están pagando el precio: los jubilados, sin ir más lejos, son ejemplo de ello.
   Pero es más fácil descargar la furia, la rabia contenida y la impotencia en los niños o las parejas(el aumento de la violencia doméstica es un dato evidente); en los compañeros de trabajo (y sobre todo en aquellos jerárquicamente inferiores) y en los ancianos.
   Ya está bien de violencia: admitamos, por más que nos duela, que nuestro comportamiento autoindulgente ha sido el que nos ha llevado a estar así, y que tratando a nuestros semejantes como a cosas no solucionaremos el problema.
   Sólo cuando admitamos que juntos podemos, que olvidandonos de nosotros mismos lograremos revasar esta noche oscura, que la unión hace la fuerza y que el despertar de nuestras conciencias será el catalizador que nos impulse a vivir de otra manera, más lógica y humana, sólo así y sólo entonces, saldremos adelante.
  La humanidad ha olvidado una lección que tenía bien aprendida hace miles de años: somos los seres más débiles e indefensos de la naturaleza, sólo aunando esfuerzos y colaborando entre nosotros hemos llegado a ser lo que somos.
   Volvamos a aprender esta lección y no la olvidemos más.

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