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martes, 22 de febrero de 2011

PALABRAS VIVAS

   Todos, alguna vez en la vida, sin saberlo, sin ser conscientes, podemos ser portavoces de sabiduría. Incluso aquellas personas a las que clasificamos de "poco aptos" o "poco inteligentes", pueden sorprendernos con palabras y pensamientos afortunados.
   Esto me ha pasado este último fin de semana.
   He oido el sermón de la montaña cientos de veces, y la frase "perdonad a vuestros enemigos, rogad por quienes os persigan", me la sé de memoria.
   Siempre había pensado que para hacer realidad ese pensamiento, había que ser poco menos que santo en vida, porque perdonar, lo que se dice perdonar, a alguien que te la ha jugado...es de héroes.
   Sin embargo, este domingo pasado, el sacedote de mi parroquia, que no suele ser brillante en sus sermones, dio un nuevo sentido a esas palabras con su interpretación.
   Dijo que "perdonar a los enemigos y rogar por ellos", es algo así como un acto de compasión; que debemos entender que si alguien es capaz de hacer daño, es porque sufre mucho en su interior, y que debemos pedir a Dios que todo le vaya bien a esa persona, que encuentre la felicidad que necesita, porque esa será la manera en que deje de hacer daño.
   Y yo, al oir esto, entendí a lo que se refería Jesús cuando decía lo de "rogad por los que os persigan", y pensé que, queriendo o sin querer, el sacerdote estaba haciendo un guiño al budismo. Recordé las palabras del Dalai Lama, sus explicaciones sobre la compasión, y pensé: "todos decimos lo mismo, aunque le pongamos diferente nombre".
   Meditando sobre el sentido de ese perdón, de la compasión hacia el que daña a los demás, recordé también que, según los psicólogos, los traumas son el origen de perturbaciones y conductas peligrosas que llevan a muchas personas a dañarse a sí mismas o a los demás.
   Con nuestros deseos de prosperidad, meditando y enviando amor a quienes sufren la tortura de no ser amados, (y responden a ese dolor haciendo sufrir a otros), quizá no consigamos que esas personas cambien, porque ese no es el propósito final (no pretendamos que sean tan "buenos" como nosotros, los que nos creemos "perfectos"), pero sí cambiaremos nosotros y nuestras percepciones sobre la vida.
   Es duro perdonar sobre todo a personas que nos han causado un daño irreparable, pero en ese entrenamiento del corazón y la mente, ganamos más liberándonos del rencor que almacenándolo en el trastero del recuerdo.
   Liberándonos del dolor del odio, aprendemos a perdonar y a perdonarnos, a querer y a querernos, y así, libres de traumas, nos aseguramos de no convertirnos en aquello que hemos aborrecido y no caeremos en la trampa de hacer el daño que hemos sufrido primero.

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