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martes, 15 de febrero de 2011

MINIMALISMO: OPCIÓN DE VIDA

   En diferentes foros, blogs, páginas web y libros, se habla a menudo del minimalismo, corriente o filosofía derivada del movimiento arquitectónico y decorativo homónimo, que busca la simplicidad y que emula, en gran parte, la tradición japonesa y su visión de la vida.
   En alguna parte leí hace tiempo (creo recordar que en el libro "El arte de simplificar la vida", de Dominique Loreau), que los japoneses acumulaban tradicionalmente sólo aquello que podían transportar en pequeños atados, al ser un pueblo flagelado por continuas guerras internas y que debía marcharse cada dos por tres de un poblado para crear otro nuevo de la nada, hasta que el ciclo volvía a repetirse.
   De esa historia surge su manera de entender la vida: la frugalidad viene de la necesidad; cada objeto debe ser ante todo útil, pero el carácter humano, además, añade la necesidad de belleza para sobrellevar la fealdad de la vida, con lo que esos objetos útiles deben ser bellos para cumplir dos funciones vitales en una sola.
   Hoy en día, los minimalistas, grupo cada vez mayor en número, compiten por tener menos cosas, lo que está bien (cuanto menos poseamos, más posibilidades hay de que los otros también posean algo); pero no sé si en esa lucha por la superación tienen en cuenta el componente "belleza" o sólo se trata de llegar al número mágico (100, 50, 30...) que prueba su ascetismo extremo.
   ¿Se fabrican hoy en día artefactos y útiles bellos?¿Lo bello es necesariamente supérfluo?
   En la sociedad occidental parece que lo hermoso está reñido con lo útil, parece que, si algo es útil, debe ser terriblemente feo y que, si es bonito, es una fruslería.
   Los zapatos más bonitos son una pura tortura para los pies; los más cómodos parecen tanques de guerra. Los forros polares (sin duda, lo más apropiado para el frío), son antiestéticos y los jerseis finos tan elegantes te dejan prácticamente a la intemperie.
   Muchas veces esa es la razón por la que algunas personas abominan del minimalismo: necesitamos la belleza tanto como la utilidad, no podemos vivir en medio de objetos inútiles pero tampoco con cosas "incómodas de ver" a nuestro alrededor.
   Falta en la sociedad occidental, el espíritu nipón que une belleza y utilidad, nuestra mentalidad, decididamente, es  compartimentada y matemática, y al igual que catalogamos la sensibilidad como exclusivo de las mujeres ("los hombres no lloran"), creemos que lo útil debe ser práctico y no "plástico".
   De hecho, en nuestra sociedad, cuanto menos útil es un artefacto, más bonito lo hacen parecer (las películas con mucho marketing tienen, normalmente, un guión de pena, y al contrario).
   La belleza, lo hermoso, es siempre algo simple que nos cautiva, como por ejemplo las tres pequeñas margaritas puestas en un vaso de agua, que una compañera de trabajo colocó ayer en la enorme mesa dispuesta en el pasillo: sólo esas tres, en medio de la mesa, atrayendo las miradas por su simplicidad y dibujando sonrisas de paz entre los compañeros:¿inútiles? No tanto, si logra hacernos la mañana más llevadera.

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