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miércoles, 7 de septiembre de 2011

MINIMALISMO EMOCIONAL

   Hay momentos en la vida en que te fallan los cimientos: un terremoto emocional sacude tus raíces y las arranca con fuerza del sitio donde han estado asentadas toda tu vida.
   Surge un conflicto familiar de tal calibre que ya no hay vuelta atrás, y descubres que esas personas a las que has llamado "familia" en realidad nunca lo han sido.
   Cuando en las relaciones humanas no existe el respeto, no hay relaciones humanas.Da igual que se trate de tu madre, tu padre, tus hermanos, tu suegra o tu cuñado; todo eso da igual, lo importante es el tipo de relación que existe: si se basa en el respeto mutuo todo funciona, pero si no se da ese respeto, la familia se convierte en una referencia puramente legal o cultural.
   Es duro comprobar que el supuesto "amor" que te tenían tus familiares se acaba nada más decir algo tan simple como "respétame, deja que ejerza mi derecho a elegir mi propia vida o mis propias equivocaciones", pero es más habitual de lo que queremos admitir.
   ¿Quién no proviene de una familia disfuncional? Casi todos somos herederos de ese pasado, y pagamos el precio de nuestras raíces torcidas.
   ¿Quién se ha visto libre de las presiones familiares para decidir sobre su vida? Evidentemente, todos pasamos por etapas de autoafirmación, en la adolescencia o la primera juventud, en la que nos encontramos con la oposición de la familia (padres, abuelos, tíos, hermanos, etc), pero que esa oposición continúe años después no es lógico.
   Una vez que demuestras con los hechos que eres capaz de cuidarte y de vivir a tu manera ¿a qué vienen las interferencias y los discursos despectivos sobre tu forma de ver el mundo y de afrontar las situaciones de la vida?
   Desgraciadamente, hay personas que esperan a que sus familiares mueran para empezar a vivir, para tirar ese horroroso jarrón que la tía Filomena les regaló por su boda o para, por fin, pintar las paredes del salón de su color favorito sin tener que escuchar reproches o soportar incordios.
   Hay que tener valor para enfretarse a esas personas que no respetan tu derecho a ser tú y hacer lo que quieres pese a quien le pese. Si esa familia te quiere, aunque no te entienda ni comparta tus ideas, te dejará hacer lo que quieres; si no te quiere, ten por seguro que no te respetará, y que, posiblemente, tengas que llegar a la ruptura familiar.
   Claro que si sólo se trata del color de los cojines del sofá, no merece la pena perder la relación con esas personas, habrá que hacer oídos sordos a sus reproches y sandeces. Pero si no puedes decidir ni cómo educar a tus hijos sin que se inmiscuyan, es otro cantar.
   ¿Verdad que a ti no se te ocurriría ir a casa de tus padres y decirles, así, sin anestesia, algo como "por favor, quita ese color de las paredes que es horrible" o, señalando a su querida colección de teteras, "¿cómo se te ocurre vivir rodeado de tanto trasto inútil?"
   Nos llamarían insensibles y malcriados como mínimo si lo hiciéramos. Pues de igual manera, nadie tiene derecho a llegar a nuestro hogar y soltar cosas de ese tipo, pensando, además, que, no sólo tiene derecho, sino incluso que es casi su obligación amonestarnos.
   Ante estos hechos, como dije, puedes tener paciencia, sopesar los pros y los contras, callar, dejar pasar, no dar importancia...hasta que empiezas a sentir que eres un don nadie en tu propia casa, hasta que te descubres pensando no en lo que quieres hacer o lo que te gustaría, sino en qué dirán los demás. Y ahí está el límite, más allá no hay nada, no puedes permitir que nadie traspase ese umbral o dejarás que sean los demás quienes decidan todo en tu vida.
   Llegado ese punto, debes armarte de valor y, educadamente, exponer tus decisiones y tus sentimientos al respecto: es la prueba de fuego, porque si esas personas aceptan tu soberanía, perfecto; si no lo hacen, te quedarás sólo, o como en mi caso, con tu pareja y tus hijos como única familia.
   Si tienes que llegar a ese punto, el pánico puede hacerte dudar, pero debes saber que es mejor quedarte con pocos y buenos familiares que presumir de tener una gran familia que en realidad es sólo una gran farsa.
   Este proceso es doloroso, yo lo comparo al proceso del parto: pero ese dolor del parto es gozoso, porque de él deriva el nacimiento de una nueva criatura: tú misma, renovada, más fuerte y libre para equivocarte y acertar.

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