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martes, 5 de junio de 2012

SIN DESPERDICIO

      Desde pequeños nos dicen eso de "cómetelo todo" y nos lo creemos, hasta que llegamos a la edad adulta y nos dicen que "hay que dejar algo en el plato para no parecer mal educados", y los que llegamos a la obesidad infantil mediante la presión del "no dejes nada", nos volvemos anoréxicos bajo el lema "no te lo comas todo".
   Nos volvemos fácilmente locos: pasamos los días contando calorías, siguiendo dietas, disociando alimentos, dividiendo las raciones...para acto seguido salir al "Mac carne" más cercano a atiborrarnos de lo primero que vemos...
   Y mientras tanto, las tres cuartas partes de la humanidad, aquí, cerca y allá lejos, pasan hambre: hambrunas periódicas o desnutrición crónica, da igual, la cuestión de fondo es que mientras a nosotros nos "comen el coco con la comida", muchos otros no tienen "ni coco para comer".
   ¿Cuál es la solución? Como siempre, nuestro amigo "Mínimus" viene al rescate: podemos (debemos) minimizar y minimalizar (convertir al minimalismo) nuestras despensas y volver a aplicar aquello de "cómetelo todo", aunque para ello, antes, llenemos sólo lo justo nuestros platos.
   Comida sencilla para sencillamente comer: nada de artificios, comidas precocinadas que saben a... nada, y que terminan en el cubo de la basura (con sus envases incluidos); nada de recetas complicadas con ingredientes incomprensibles que no quedan tan bien como la foto nos prometía; nada de despensas abarrotadas donde se caducan las latas de "alcachofas en salsa de caracoles" por no saber ni que estaban ahí.
   Si cocinamos sólo lo que vamos a comer, en vez de comernos todo lo que cocinamos, no tiraremos comida a la basura.
   Si cocinamos sólo comida y no envases, plásticos, carburantes para su transporte, colorantes, conservantes y todos esos "antes", tendremos un entorno más sano en el que producir verdadera comida.
   Si cultivamos comida en vez de venenos, a lo mejor no ocurrirá nunca más lo que le pasó a un amigo hace unas semanas: una intoxicación por fresas envenenadas (es decir, con tantos fitosanitarios incluidos, que casi le matan a él).
   Cómete sólo lo que realmente necesitas, compra sólo la auténtica comida que de verdad te vas a comer: quizá así, con estas sencillas pautas podremos acabar de un plumazo con dos vertientes de un mismo problema: el hambre y la obesidad.
   ¡Buen provecho...sin desperdicios!

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