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domingo, 15 de mayo de 2011

ESTADO VEGETAL

    Mi adhesión al tratado de no violencia hacia los seres sintientes comestibles, en cristiano, mi militancia en las filas vegetarianas es algo que ocurre desde hace sólo unos meses.
    Hace algún tiempo (cosa de un par de años), a consecuencia de unos anti inflamatorios, se me paró el estómago (esto tiene un nombre científico, pero para entendernos, lo diré así).
    Mi médico me recomendó (además de medicación), paciencia con las comidas (“come sólo lo que te siente bien”), y lo que me sentaba de maravilla era la verdura.
    Durante unos dos meses fui “vegeta” por necesidad. Luego volví al redil de los borreguitos que se comen a otros borreguitos, pero en mi interior sentía que mi cuerpo no estaba de acuerdo con la decisión.
Quizá por la práctica del yoga, y después de haber leído algo sobre el tema de la alimentación yóguica (que no es la del oso Yogui, malpensados), me rondó por la cabeza durante mucho tiempo, volver a los verdes pastos de las vacas sagradas (ya sabes, esas que no se comen, que se respetan), y no sin problemas de aceptación por parte de mi marido, heme aquí, pastando.
Al final, mi marido ha aceptado, más o menos, mi decisión y ha dejado de hacer bromas al respecto. Mis hijos son pequeños aún para entenderlo, pero no se asombran porque realmente no ven la diferencia: cuando digo que no la ven, me refiero a eso literalmente: ellos comen filetes de carne, yo filetes de seitan; ellos comen filetes de pescado, yo filetes de tofu (es decir, ellos ven una cosa que se parece a su carne o a su pescado, y santas pascuas, ni preguntan).
En la práctica, en mi casa se come muy poca carne (mi marido, sólo los fines de semana, los niños los fines de semana y una vez entre semana).
Creo que la decisión de hacerse “vegeta” (por cierto, el término lo he acuñado yo, no se lo he oído decir a nadie más), corresponde a una persona adulta que es consciente de los “riesgos” que corre: el riesgo de mejorar su salud, de pelearse con la suegra por algo que merezca la pena, de no encontrar un plato “vegeta” en el menú del restaurante...son riesgos, oiga, a sopesar.
Tampoco hay que hacer proselitismo guerrero (si no comemos animales por hacer caso a la consigna “no violencia”, ¿cómo vamos a ser violentos contra nuestros semejantes?).
Hace poco leí un artículo en el que claramente, una vegetariana, decía que no todos son capaces de soportar una dieta sin carne. Y creo que es cierto.
Aunque se pueda vivir sin carne (perfectamente además), no todos los cuerpos (ni las mentes) se adaptan tan alegremente. Y eso hay que respetarlo (hay que dar lo que pides ¿o no?).
Nadie se plantea si un omnívoro come bien (claro, come carne, se alimenta “bien”, dicen), aunque no equilibre su dieta; pero todo el mundo cree que los “vegetas” comen mal, aunque tengan la dieta equilibrada de tanto pensar cómo coordinar alimentos para estar bien realmente.
En cuanto a los niños, creo que si ambos padres son “vegetas”, adelante con los niños “vegetas”, pero si sólo lo es uno de los dos, que coman de todo (yo lo hice también en mi infancia), hasta que se declinen por una u otra opción (las imposiciones, tanto si son para comer carne, como si son para no comerla, no son nada educativas).
Sé que algunos comentarios que hago levantan ampollas sangrantes, pero para eso está el apartado “comentarios”, para comentar.
De momento no conozco a muchos “vegetas”: sólo a una amiga de una amiga, que es “vegeta” desde hace muchos años, y a la jefa de mi marido, que es vegana desde hace poco.
Lo que tenemos en común estas personas y yo, además de no comer carne, es la conciencia: conciencia de la no violencia hacia los animales, conciencia de que no comemos muertos, o conciencia de cuidarnos y alimentarnos saludablemente.
Después de leer tanto sobre budismno, he visto las razones éticas de esta filosofía para no comer carne: la no violencia hacia los seres sintientes.
Y ahora entiendo que he sido budista sin saberlo, jainista tal vez incluso, desde hace años: soy de las que, si se encuentra una oruga en la lechuga, amablemente la recoge y la saca al jardín para que siga viviendo; soy de las que si una mosca se queda atrapada en la ensalada, la rescata y la deja libre.
Ni más sensible ni más tonta, sólo consciente de que ese ser que se revuelve intentando recuperar su libertad, siente dolor igual que yo; que está en mi mano ayudarle a librarse de ese dolor y recuperar su libertad y que no hacerlo, es pecado (de omisión, que también existe).

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