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miércoles, 1 de febrero de 2012

DE MARCAS, PREJUICIOS Y OTRAS FORMAS DE VIDA (II)

     Como dije en el anterior post, todos usamos nuestras particulares “marcas” como signos de identidad cultural: si te consideras “pijo” te pones gabardinas con forro de cuadros escoceses, si eres “hippie” pantalones de fibras naturales a rayas de colores, y así un variopinto etcétera.
     Sabemos que para ser identificados por uno u otro grupo cultural, debemos exteriorizar nuestra pertenencia a ese grupo al que aspiramos a entrar, ya que el lenguaje no verbal sigue siendo más importante que el hablado, y la imagen que transmitimos en los primeros segundos a nuestros interlocutores será decisiva para que pueden hacerse una idea clara de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Da igual a qué grupo nos queramos unir: la imagen cuenta.
Probablemente seas, como casi todos, de los que critican a los que no pueden vivir sin esos signos evidentes de pertenencia a su grupo (léase “marcas”), sin darte cuenta de que tú también lo haces.
Si llegas nuevo a un sitio y quieres que te acepten, tendrás que adecuarte a su estilo: luego vendrá lo que tengas que aportar como persona (que será lo realmente importante y que marcará la diferencia), pero para ser aceptado debes parecer aceptable.
Ese “parecer aceptable” cambia, evidentemente, de un grupo a otro, por lo que si quieres que un grupo de moteros con chamarras de cuero te consideren uno de los suyos, no te pongas un polo rosa pastel con pantalones de cuadros.
Nos guste más o menos, esa es la realidad, una realidad que no vamos a cambiar “cambiando de mentalidad”, porque estamos diseñados para funcionar así, y además para nuestro bien.
Esa manera de pensar ha hecho que tribus diferentes se reconozcan como tales, y establezcan vínculos de unidad o conflicto: ¿cómo reconocer a miembros de diferentes clanes en épocas primitivas, si todos tenían las mismas “marcas”?
Diferenciarnos potencia nuestra identidad y la de nuestro grupo, pero no para buscar antagonismos, sino para practicar la diversidad y su aceptación, lo que nos enriquece enormemente.
Incluso aquellos que piensan que “las pintas” no importan, y son capaces de aparecer en una boda de “postin” en pijama, reconocen que se encuentran más cómodos cuando adecuan su forma de vestir a la ocasión.
Excentricidades aparte (que si son lo tuyo, perfecto, entonces perteneces al “club de los excéntricos”), cada cual es cada cual, ni mejor ni peor que el otro: aceptar la variedad es aceptar la realidad de la vida y disfrutarla.

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